domingo, 7 de marzo de 2010

V

Ya no era difícil ver en el horizonte el pueblo al que Camelle quería llegar y que no parecía tener nada que ver con la razón por la que Arthur iba con él. El joven estaba profundamente dormido detrás de la joroba trasera del camello, algo inclinado hacia la izquierda. Rhyder estaba decidido a llegar en no más de cinco días a destino, así que decidió apurar la marcha permitiendo que Arthur vaya sobre el camello, con la condición de que se mantuviera despierto. Para comprobar que así fuera, Camelle (quien nunca, pero nunca, volvía la mirada hacia atrás) le hacía alguna pregunta cada tanto, y Arthur siempre respondía correctamente. Lo que Rhyder no sabía era que Arthur tenía la extraña costumbre de hablar más estando dormido que despierto, y no necesariamente en voz baja. Puede que eso explique por qué Lizzie vivía con ojeras.
En eso se oye un fuerte golpe y un crujido y el camello se asusta y menos mal que no era un caballo porque no lo paraban más. Camelle también se asustó, y no miró hacia atrás, sino que esperó a que el camello se calmara para hacerlo girar y poder ver qué diablos había pasado, aunque sin mirar ya pudo intuirlo, puesto que la espalda del camello estaba más alta por la repentina reducción del peso que soportaba. Es que era cuestión de tiempo para que la inclinación que llevaba Arthur se incrementara hasta grados incompatibles con la superficie del camello y, como resultado de ello, cayera al suelo de espaldas, dejándolo sin aire unos instantes. Rhyder recordó entonces por qué nunca había que llevar a dos personas en un camello, además de que no tenía cascos para dos y en Oriente te hacen la multa.
-¡Arthur! -dijo Camelle, con cara de "uy no se me arruinó todo qué cagada y ahora que hago". -¡Te dije que no te durmieras! ¿Estás bien?
-Sí, sí, todo bien. Me caí.
-Me di cuenta. Dale, levantate que ya llegamos.
-Buen... ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH!!!- aulló Arthur por el dolor. Evidentemente no estaba todo bien. -Creo que me rompí una costilla.
-No, decime que me estás jorobando. No podés jorobar a Camelle Rhyder. Sería un chiste muy malo. ¿Entendés? Jorobar a... eh... ¿te duele mucho en serio?
-No me puedo levantar, ¿qué querés que te diga?
-Debe ser el golpe, yo me caí de chiquito como un montón de veces y no me pasó nada nunca.- Era mentira. Se cayó unas 30 veces, las últimas tres poco antes de los 40 años, y había estado internado en estado grave a los 19, y encima preso porque el camello del que se había caído era robado. -Ya se te va a pasar. Te subo al camello y te hago ver en el hospital, estamos acá nomás.
Rhyder trató de levantar a Arthur, pero éste no paraba de quejarse ni en el suelo, ni en los brazos de Rhyder, ni en el camello. Sobre todo en el camello, donde tenía que apoyarse con la espalda encorvada y el dolor le hacía sospechar que se había roto más que alguna costilla. También resulta que Arthur era bastante exagerado, herencia de familia, que, según cuenta Sir George James Godfrey en uno de sus libros, llevaba un yeso y vendas como adorno en el escudo de armas.
-Bueno, no te puedo llevar a ningún lado así -se rindió Rhyder muy pronto. -Te voy a armar la carpa y te pido una ambulancia en el pueblo.
Armó rápidamente la carpa, metió al llorón adentro y se fue galopando en dirección al pueblo, al cual llegó en poco más de media hora. Dicen que en caballo eran cinco minutos, pero Rhyder no iba a caballo. Nunca.
La entrada al pueblo era un arco de madera bastante desvencijado, medio comido por los bichos. Las casas eran todas de madera, y muchas, especialmente las que estaban más cerca del arco, tenían grandes agujeros en los techos y la cantidad de bichos era tal que se escuchaba el ruido de los insectos comiendose la madera. Rhyder no recordaba que el pueblo fuera así. Al menos la última vez que había estado allí, todas las construcciones estaban en bastante mejor estado, y no recordaba para nada el arco de la entrada. Pensando un rato, se dio cuenta de que había llegado al pueblo por un camino distinto al habitual, y que probablemente nunca había estado en esa parte, ya que estaba lejos de la taberna y por lo tanto no le importaba en absoluto estar ahí. El centro no era muy distinto de las afueras, pero estaba bien mantenido. Los edificios públicos eran de madera, los bancos de la plaza central eran de madera, los faroles eran de madera. Reconoció el hospital por el cartel de madera que decía "Hospital" encima de la puerta de madera en un edificio no demasiado grande hecho de madera. Cerca del centro se veía también un edificio raro, que cualquier neófito supondría museo de arte moderno o algo por el estilo. El edificio de por sí era abstracto y no podía desentonar más con el resto de las construcciones, sobre todo porque era lo único en toda la ciudad que no estaba hecho íntegramente de madera, sino que era un 90% de acero. Ese lugar era claramente el más concurrido de la localidad, con gente entrando y saliendo constantemente. Particularmente, la mayoría de los que salían lo hacían tambaleándose. Claramente, el lugar no era un museo de arte moderno, sino el lugar favorito de toda la región: la taberna.
Después de admirar un rato la licorería, cervecería y un largo etcétera más grande y extraña del Universo conocido, Camelle Rhyder se dirigió hacia el hospital. Escondió a su camello en un callejón, mirando para todos lados, salvo hacia atrás, para asegurarse de algo que nadie sabe qué era, y rápidamente salió del callejón y entró al hospital. No había mucha gente, y los que estaban por ahí no podían hablar porque estaban sufriendo comas alcohólicos (enfermedades hepáticas y otras relacionadas con el alcoholismo constituían la mayor causa de muerte en la zona, incluso durante la época de la peste bubónica). Se acercó a la recepción y vio que como secretaria había una mujer cuya cara le resultaba familiar, pero definitivamente había algo extraño en su cuerpo. Algo nuevo.
-Aaah, Helga, veo que al final te hiciste las lolas que tanto querías.
Helga quiso pensar que la voz no venía de quien parecía venir, una voz conocida, ronca y sucia, no muy agradable. No miró.
-No se de qué está hablando, y si me disculpa, estoy muy ocupada ahora mismo.
-Bueno che, siempre con ese malhumor...
-No creo conocerlo, señor, y le repito, si me disculpa...
-¿Por qué no mirás, boba? No te hagás, sabés perfectamente quién te habla.
-Eso mismo me temía -dijo Helga, aún sin mirar. -Rhyder, sabés perfectamente que no sos bienvenido por acá. Tenés suerte de que... esa gente... no ande por acá estos días.
-No es suerte, estoy enterado. ¿Te pensás que vendría de lo contrario?
-Yo no se de qué sos capaz, Rhyder. -Al fin levantó la vista y miró al viajero. -'Tas igual. Igual de hecho pelota.
-Me alegra ver que eso te interesa, me hace pensar que todavía tengo posibilidades.
Helga lanzó una risotada (qué palabra idiota, si me permiten).
-Siempre tan gracioso, Rhyder. Si hay algo que tenés de bueno, es la ridiculez.
-Y vos el sarcasmo.
-Ja. Bueno, ya que sos la única persona en todo el hall que puede hablar, decime... ¿qué carajo hacés por acá, Rhyder?
-Che, primero una cosita: ¿podés dejar de decir Rhyder en cada frase? Resulta algo pesado.
-'Ta bien, Rhyder.
-Sí, veo. Bueno, venía para aprovechar que... ellos... no andan por acá y pasar por la taberna y hacer un par de cosas acá en el pueblo, y traía al chico este del que te hablé...
-Ah, ¿seguís obsesionado con ese asunto? -lo interrumpió Helga.
-¿De qué asunto estás hablando exactamente?
-De lo único que hablás cuando te ponés en pedo en la taberna.
-Mmmmh, hay muchas cosas de las que hablo en esas situaciones.
-Creeme que no. La otra vez repetiste durante cinco horas el nombre Wilhelm Babar o algo así a grito pelado mechando con frases incoherentes sobre máquinas voladoras y viajes de dos horas entre Bélgica y Siria.
-Aahh, sí, ese asunto. Sí, traía a Arthur Heesux, el hijo de Wilhelm, y resulta que se cayó del camello acá a unos pocos kilómetros e insiste con que se fracturó una costilla y que no se puede levantar.
-¿No será un golpe y nada más?
-Yo dije eso, qué se yo. Pero si no se puede mover y grita y patalea...
-¿Grita y patalea? Entonces no tiene nada, es un bebé y nada más.
-Nah, no pataleaba, pero gritó bastante.
-Eso es bueno, por lo menos los pulmones están bien. Supongo que lo que querés es que mandemos una ambulancia, ¿cierto?
-Exactamente. No tuve forma de traerlo hasta acá, protestaba demasiado.
-Me vas a tener que dar detalles más exactos sobre la ubicación, y por supuesto esperar un par de horas. El servicio está casi colapsado por culpa de la nueva bebida que preparó Tito, el tabernero. Está haciendo un concurso a ver quién logra aguantar un vaso de tequila de esa cosa. Me parece que el único premio ahí va a ser una denuncia policial para la taberna. Unas cuantas en realidad.
-Bueno, no hay problema. ¿Tenés un mapita? No estoy seguro por dónde entré al pueblo, me parece que no era el camino de siempre.
-No es tan difícil. Hay dos entradas, y quiero suponer que NO viniste por el sur.
-Ehhh... yo siempre entro por el este... así que... mmm... creo que vine por el sur.
-¿Pasaste cerca de una zona de vegetación especialmente frondosa?
-Sí... cosa rara en un lugar montañoso como este.
-¿¿Y DEJASTE AL CHICO EN ESE CAMINO?? -Helga se mostraba muy, pero muy, pero muy alarmada.
-Sí... ¿Algún problema?
-A ver -dijo Helga, tratando de calmarse un poco. -La entrada. ¿Viste un arco hecho pedazos, y muchas casas abandonadas?
-Sí, pero no sabía que las casas estaban abandonadas. Sí noté que estaban llenas de insectos de los que se comen la madera.
-No hay tiempo entonces, corré a buscar al pibe.
-Pero...
-No te puedo mandar una ambulancia a ese sector.
-¿Por?
-Porque está tomado por guerrilleros narcotraficantes que saquearon media ciudad y han secuestrado a no se cuánta gente que paraba en Acceso Sur. Espero que la carpa no fuese muy vistosa...
-Era amarillo patito, la p...
-¡BUENO, CORRÉ, IMBÉCIL!
Rhyder salió disparado del hospital, fue a buscar su camello y vio que al lado alguien había dejado un caballo sin cadena. Se afanó el caballo y salió volando hacia el sur. Comprobó que el viaje en caballo llevaba, efectivamente, cinco minutos. No sabía hacer parar a un caballo, así que tuvo que saltar con el equino trotando, pero si había algo que Rhyder sabía hacer (en el más absoluto secreto) era caer. Le había llevado 40 años aprenderlo.
Miró la carpa. Estaba cerrada. 
Abrió la carpa. Arthur no estaba.