viernes, 6 de marzo de 2009

Entropía y evolución hasta el hartazgo, parte dos

Navegando en el cielo veo el suelo despejado, una nube se cruza en el barro y yo miro, se ve tan asible, quiero alcanzarla...
Arthur se quema, el café estaba caliente, pero con tal de no levantarse, agarrar la taza estando tirado en el suelo parecía una opción viable. Lizzie se enoja, le ensuciaron la alfombra, está furiosa, chau Arthur, a dar una vueltita. Hacía semanas que no salía de la cabaña, y dormía poco esperando el regreso de su padre, Wilhelm H. el Bábaro(1), quien no debería tardarse tanto, a no ser que estuviera muerto, lo cual era probable porque el heroísmo se le había subido a la cabeza después de su importante rol en la batalla de algun lugar en Oriente Medio o Asia Menor que nadie sabe cómo se dice, mucho menos cómo se escribe. Hacía un calor insoportable, aunque era principio de primavera y había llovido no hacía mucho. Arthur lo sabía porque en lo de Lizzie llovía tanto afuera como adentro. En el cuarto donde paraba Arthur, justo encima de la cabecera de la cama, había un "hueco para ver el cielo", o más bien el agujero en el techo más grande del feudo, guardado justo para él. Le gustaba mojarse cuando llovía, muy a pesar de que eso no le dejara dormir a veces. O no, seguramente no le gustaba, pero él decía que sí. Le dijeron que no vendría mal que intentara arreglar el techo, pero no, mucha fiaca, mejor dormir todo el día y jugar a la Play. Las nubes eran sus amigas, pero le decían cosas que lo deprimían. Igual que el armario, la mesa, las mantas. Todo a su alrededor lo odiaba pero él los quería a todos igual. Algunos afirmaban que estaba chapita; otros, que estaba de la nuca. Por último, una tercera posición sostenía que no estaba cuerdo. Se lo ha escuchado hablar sólo, especialmente cuando su padre no estaba. Su madre hacía tiempo que no aparecía; tanto tiempo que ni siquiera recordaba haberla visto una vez en sus 23 años de vida. Le habían dicho que había pasado a otra vida, pero Arthur no entendió lo que querían decirle aquella vez, y después se olvidó. De todas formas, si no estaba ahí sería porque él no le importaba mucho. En cambio, tenía a sus amigas las nubes y los soldaditos de plástico. Pero esta vez el cielo estaba despejado, y había ensuciado la alfombra de Lizzie y no podía quedarse por ahí, de modo que caminó hacia el Castillo a ver si algún guardia daba charla o si había una pibita de la nobleza dando vueltas.

Arthur bailando Walk Like An Egyptian
Arthur bailando Walk Like an Egyptian

Lo pararon lejos de la entrada unos amigos de sus enemigos y le quisieron manotear el MP3, pero se resistió y por suerte un guardia llegó a ver el lío y amenazó a la banda desenfundando una espada hecha a mano en Formosa(2). Desde luego no se quedaron a mirarla. Una vez que los vio corriendo el guardia le dijo a Arthur que no se acercara demasiado porque no tenía nada que hacer en el castillo, a lo cual respondió que era el hijo de Wilhelm H. de Babaria. El tipo se quedó con cara de quién cuernos es ese, y repitió que mejor se volviera a su casa. "Me echaron", dijo Arthur, "y no tengo a donde ir". Y ahí pasó algo raro. El guardia recordó algo: un chico de 12 años, golpeado, medio maltrecho, petisón y poco atractivo, acercándose a las puertas del castillo. Arthur bastante tiempo antes había estado ahí y el mismo príncipe lo había ayudado, aunque sólo para hacer alarde de su reciente título de Cirujano. Cirujano plástico en realidad. O sea que uno esperaría que Arthur hubiese salido del castillo convertido en un sujeto apuesto y por qué no saliendo con una pibita de la nobleza, sí, de esas que tanto le gustaban. Pero la realidad es que no, no tanto porque tenía sólo 12 años, sino porque el título médico del Príncipe era más trucho que los títulos de nobleza de Wilhelm H. de Babaria (que por cierto sólo servían en aquel lugar, por lo tanto en este otro reino estaban condenados a vivir en la aldea en condiciones poco saludables (3)). Arthur salió aún más maltrecho y no mucho menos deforme que antes, y con cortes sin cicatrizar completamente en toda la cara y cuerpo. Más allá de eso, el encuentro con el príncipe fue significativo en la vida de Arthur ya que él fue quien le confirió el nombre por el cual lo conocemos. Esto fue así debido a que el príncipe no comprendía el nombre original de Arthur -una cosa impronunciable y aún más difícil de escribir, de origen Bábaro- ni tampoco su apellido, que empezaba con H pero ni Arthur sabía cómo seguía. De ahí el nombre Arthur Heesux, el Pobre Diablo. El nuevo nombre fue unánimemente aceptado por sus familiares, amigos y muebles, quienes al fin podían llamarlo de una manera más propicia que "¡Che, pibe!".
El guardia, de quien el narrador no se ha olvidado, se quedó perplejo mirando a Arthur durante unos cuatro silenciosos segundos; el recuerdo lo había shockeado un poco. Decidió preguntarle un poco sobre su vida mientras nadie miraba, porque se suponía que no podía hablar con la plebe. Se sorprendió muchísimo al escuchar que Arthur había salido de su casa (la de Lizzie, en realidad) menos de 40 veces en esos 11 años que habían pasado desde aquel otro encuentro. Más extraño aún era ver que el joven no se destacaba por su palidez, sino que tenía la tez bastante oscura. "Es por el agujero en el techo", replicó Arthur cuando le preguntaron sobre el asunto. El guardia, por primera vez en 75 segundos, sintió compasión por la plebe, agradeció poder vivir en el palacio real, e igual de rápidamente como le había venido la sensación, se olvidó de la compasión y se burló de Arthur. Pero la compasión vino de nuevo y como ya no sabía qué decir le ofreció a Arthur la posibilidad de acercarse un poco más al Castillo.
Así que hasta el momento todo iba viento en popa: un guardia le había dado charla y lo había dejado acercarse al Castillo; ahora solo faltaba la minita de la nobleza.
Pero no iba a llegar muy lejos, porque justo mientras caminaba por el puente que cruzaba uno de los tantos zanjones que había dragados alrededor del Castillo, apareció un tipo en un camello. Totalmente atípico en la zona, que estaba llena de caballos y otros equinos, pero camellos ni uno. El hombre miró a Arthur fijamente y detuvo el camello.
-Emm, -dijo el desconocido, -de casualidad vos no sos el hijo de Wilhelm H. el Bábaro, ¿no?
-Sí, -respondió el aludido,- soy yo.
-Ah, te estaba buscando.
Arthur se sorprendió, porque nadie nunca lo estaba buscando, y mucho menos alguien montando un camello. Hubo un silencio.
-Te explico –dijo el hombre para romper el silencio-: a tu viejo y a unos cuantos más los agarraron los turcos en Siria –Arthur pone cara de no estar muy contento con la noticia- y estamos armando un grupo de gente para ir a rescatarlos, y bueno, me acordé de una foto que me mostró tu papá una vez y te vine a avisar y pedirte que nos acompañaras, porque cuanta más gente componga la tropa, más será la probabilidad de que al menos uno llegue con vida.
-Eso no es muy alentador… -replicó Arthur. -¿Realmente hay alguna chance de que yo sea de alguna ayuda?
-La verdad no, pero te va a atraer el hecho de pertenecer al soberbio grupo de “Camelle Rhyder y los Caminantes de Turquía”.
-¿¿La banda?? (4)
-No, les robamos el nombre, pero nosotros lo merecemos más, porque realmente somos eso: yo, Camelle Rhyder, voy a camello, y el resto caminan atrás por el desierto. Como buen líder yo llevo el agua sólo para mi y ustedes llevan toda mi carga porque el pobre camello no da abasto.
-¿Pero no te parece que así no van a llegar a salvar a nadie?
-Bueno, bueno, tenés razón, pero no me culpes, culpá a la banda, que es la que me dio la idea.
-Mirá, yo te acompaño si me das un camello y voy a la par con vos, los demás francamente me dan lo mismo. A mi me importa mi viejo tanto como yo mismo, pero si tengo garantía de que la travesía no va a valer la pena en absoluto, me quedo acá y espero que ustedes lo traigan de vuelta… cosa que no va a pasar. Así que… bueno, voy. Pero dale, conseguime un camello. Siempre quise uno de esos.
-Y, son un poco caros –Camelle no parecía muy satisfecho con la propuesta de Arthur-, pero te puedo conseguir un dromedario. Eso sí, son sumamente incómodos.
-Bueno –accedió Arthur-, es mejor que nada. ¿Cuándo partimos?
-Ahora –dijo Camelle. Arthur se quería matar. –No tenemos mucho tiempo… bueno, sí, tenemos mucho tiempo, pero el viaje dura unos cinco años.
-¡¿Cinco años?! –A Arthur se le retorcían las vísceras. –¿Pero usted vino desde allá? ¿Y qué garantías hay de que a mi viejo no lo boletearon ya?
-Ninguna –respondió Camelle con toda tranquilidad-, pero un héroe tiene que hacer lo que un héroe tiene que hacer.
-Esto no tiene ningún sentido. Mi padre debe haber muerto hace tiempo.
-Ya veremos, ya veremos. Igual estuve hablando con tu tía Lizzie, con el Príncipe y unas chicas que decían conocerte, y todos estaban de acuerdo con que no valías la pena y que no tenías nada mejor que hacer que venir con nosotros. Es más, tu tía me dijo que no te iba a recibir de vuelta hasta que volviera tu padre o confirmaran su fallecimiento, porque no te banca más.

La conversación tomó rumbos totalmente irrelevantes a partir de eso, pero el asunto es que esa misma noche Camelle y Arthur estaban partiendo con rumbo a un lugar que el último desconocía y que el primero no estaba muy seguro de conocer, pero supuestamente allí se encontrarían con el resto de los Caminantes y Arthur conseguiría un dromedario… o algo.



(1) Bábaro: Dícese de aquel que es capaz de vestirse solo, pero que no es lo suficientemente civilizado para escribir correctamente el lugar de donde proviene, en este caso, de Bavaria.
(2) Isla al este de China; no confundir con la provincia del norte argentino.
(3) También es un misterio por qué no volvían a su antiguo hogar. Se cree que Wilhelm sufrió mucho el deceso de su esposa en aquel lugar y que por eso prefería no volver sino para combatir a eventuales invasores. También se atribuye este alejamiento al brote de peste negra o a la peligrosamente alta radioactividad en la zona.
(4) Arthur se refiere a la famosa banda de Folk Rock Proto-Medieval Post-Arábico, surgida en 1032 en Ankara y trasladada en 1035 a El Cairo. Obtuvieron gran parte de su fama por ser los primeros en conectar sus guitarras a conos de cartón, lo cual les daba un sonido muy particular, que llevó a que los llamaran “el primer grupo de Rock Cartonero”. No confundir con los cartoneros característicos de la noche argentina.

(Bueno, esta historia sigue y bastante, pero no tengo ganas de escribir y sí de postear esto de una buena vez. Tengo ideas incompletas para lo que viene, pero meh, después.)